Calumnia, o antitaurinos en acción

Calumnia, o antitaurinos en acción

Por Óscar Hernán Correa

 

     Injuria, agravio, ultraje, afrenta, calumnia. Como fácilmente se observa, son varios los modos de agresión aquí relacionados, de los cuales los invito a que escojan tan sólo uno, al fin y al cabo, todos estos delitos cargan la misma intención: hacer daño.  Con la posibilidad de tomar cualquiera, opté por la denominada calumnia para titular el texto que hoy comparto con los aficionados taurinos.

     Los cinco hechos de violación arriba relacionados son actos que dirigidos a una persona, perjudican su reputación y, por supuesto, deterioran su autoestima. Absolutamente todos lo desacatos en mención denigran de manera injustificada de los aficionados taurinos; igualmente, su objetivo principal es formar juicios de minusvaloración. Su intención, por demás, es una ofensa al honor o al decoro de una persona hecha en presencia o mediante comunicaciones dirigida a ella. Y saber que todos estos delitos, sin excepción, implican contra los taurinos hechos falsos.

     Pues esta extensa introducción tiene el propósito de exteriorizar el grado de irrespeto al que han llegado los antitaurinos. Explico: desde hace algunos años, por medio de vía electrónica continúan llegando de manera repetitiva una misma presentación en power point, en la que los antitaurinos nos catalogan de “asesinos, bárbaros y anacrónicos”. Conjuntamente, dichos textos vienen acompañados de las fotografías más rebuscadas y más incoherentes posibles.

     En el fragmento inicial del panfleto que es distribuido a través de  la Internet, los antitaurinos anotan lo siguiente:

               “No seas partícipe de estos eventos; las corridas

                de toros son una tradición cruenta y sanguinaria

                que nos denigra como seres humanos.

                Enseña a tus hijos el respeto por los seres vivos”.

     Sanguinarias las guerrillas que siguen desarrollando un enfrentamiento con el Estado y con los paramilitares. Sanguinarias las ejecuciones extrajudiciales, llamadas, también: Falsos Positivos, directamente atribuidos a la Fuerza Pública. Sanguinarios los paramilitares que mutilan vivos a inocentes seres humanos. Estas diversas y malévolas actividades, señores antitaurinos, sí que nos denigra como seres humanos.

     Y los antitaurinos siguen, muy campantes, preocupados por la muerte de 264 toros de casta al año, lidiados en cada temporada. En lugar de preocuparse por los cerca de cinco millones de desplazados que hay en el país; seres humanos que forzosamente se vieron obligados a dejar su vivienda. Situación ésta que sí es infame y perversa, y que infortunadamente nos identifica en el mundo como el primer país con el mayor número de personas que se vieron tristemente asediados por el conflicto armado; amargo escenario que motiva al éxodo de estos compatriotas. Y los antitaurinos se preocupan por la muerte de 264 toros al año. La Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento (CODHES), indica que en Colombia hay 632 desplazados por cada 100.000 habitantes. Esta terrible situación es la que en realidad nos debe preocupar a todos.

     En el curso de las diapositivas del mal intencionado correo antitaurino que nos llega a todos, una de las fotografías está acompañada de dos mentiras que son del tamaño del globo terráqueo:

               “A los toros les untan grasa en los ojos para

                dificultar su visión, y en las patas, una sustancia

                que les produce ardor, lo cual les impide

                mantenerse quietos para no deslucir la actuación

                del torero”. 

     Los antitaurinos, según lo formulado entre comillas, piensan que lo ganaderos son personas que actúan de una manera estúpida e imbécil. La ignorancia enciclopédica de los antitaurinos les hace pensar que los criadores de toros de lidia permiten castigos premeditados a sus toros, después de haberlos criado con admiración y grato asombro durante cuatro años.

     Lo que no quieren entender los antitaurinos es que los toros de lidia viven como reyes. Porque, digámoslo de una vez, el toro de lidia es el animal mejor tratado durante toda su viva. El toro de lidia es alimentado con los mejores pastos, disfruta de los mejores piensos, y durante toda su vida sabe lo que significa gozar de una alimentación supremamente bien balanceada. El toro de lidia se da el gusto de correr libremente por el inmenso campo verde; recibe con deleite la incomparable brisa que brinda el páramo, y duerme plácidamente en los más sanos y cómodos parajes. Ellos, los toros, siempre están al cuidado de cualquier contagio y enfermedad que les merme su salud y hermosura.

     Los mayorales, por su parte, no permiten la presencia de personas extrañas en la dehesa, y su labor profesional consiste en atender a los toros la totalidad de las veinticuatro horas del día, basados en un único sueño: ver a los toros saltar a la arena el día que son anunciados en una corrida, y que con ímpetu exhiban el mayor trapío, su estampa sin igual y la casta y raza que los caracteriza.

     Es más: el ganadero invierte exorbitantes sumas de dinero en procurar que sus ejemplares alcancen la máxima presencia (trapío) como animal bello que es, que goce de una inmejorable salud y, por supuesto, que su reata brinde garantía a los toreros y al público. Sin embargo, los antitaurinos tienen la desfachatez y el descaro de publicar lo que arriba relacioné. Estos personajes no tienen la mínima ilustración de lo que significa criar toros de lidia. Es obvio, como dijo alguien: “Uno no puede amar lo que no conoce”. Y estos irresponsables personajes, que además de no conocer de lo que hablan, son injuriosos con los ganaderos y con todas las personas que tienen que ver estrechamente con el mundo de la tauromaquia.

     Cabe hacerse la siguiente pregunta. ¿Cómo un ganadero que tanto esfuerzo dedica a su finca; que tanto desvelo entrega a sus toros; que renuncia a tantas diversiones que brinda la vida; que por su total responsabilidad en llevar una ganadería a la más alta reputación se aísla de su familia, y que se ve marginado de la compañía de los seres que tanto ama; para que el día anterior o la misma mañana de la corrida, tire todo por la borda, debido a un intruso que destruye de una vez por todas un trabajo realizado con pasión, y por demás, construido con el mayor esmero? Una pregunta muy fácil de responder.    Y la respuesta es la gran falsedad del contenido de los textos que los antitaurinos difunden por el mundo con la intención de ahuyentar a las personas de las plazas de toros. Y como es mentira todo lo que dicen y publican, los antitaurinos ultrajan, afrentan y calumnian a las personas que viven profundamente la fiesta brava. Y como también injurian, están cometiendo un delito. Y ello es muy grave. Pero aquí no termina todo. Permítanme seguir dando cuenta de sus agravios. En las diapositivas que envían a todos sus contactos, los antitaurinos acompañan cada fotografía con diversos textos; éste es uno de ellos:

               “A los toros les cuelgan sacos de arena en el cuello

                durante horas. Los golpean en los testículos y en los

                riñones. Les provocan diarrea poniendo sulfatos en

                en los recipientes de agua donde beben para que

               lleguen débiles y desorientados al ruedo”.

     Todo el bombardeo expuesto entre comillas, está cargado de la más infame aseveración. Explico a los antitaurinos de una manera didáctica para que se enteren de la verdad de los acontecimientos, y no continúen con su tarea destructora; por demás, llena de absurdos: cuando los toros reseñados para una corrida son transportados desde la ganadería hasta la plaza de toros, en el camión, cómodamente sentados van dos perdonas: el conductor y el mayoral.

     Una vez los toros son desembarcados en los corrales de la plaza, los cuales cuentan con agua y comida suficiente, son recibidos por el inspector de plaza, por los médicos veterinarios de la junta técnica, el mayoral de la ganadería y un representante de la empresa. Es importante decir que desde el mismo momento en que los toros se ubican en los corrales respectivos, el mayoral no se desentiende de sus toros; y el motivo es, precisamente, para que nadie vaya a llamar su atención. Como los toros de casta son animales bellos; además de bravos, y tan distintos a los demás, las personas que allí se encuentran (no faltan los visitantes inoportunos) se atreven a mirarlos desde lejos, pues, en aquellos momentos de curiosidad no falta el murmullo, el diálogo en voz alta y algún movimiento para un lado y para el otro. Por tanto, el mayoral está alerta, y este protocolo no permite distracción alguna, ya que los toros pueden embestir a la voz y a la presencia de alguien que se encuentre en el balcón de barandas de hierro, y es en ese mismo instante que un toro puede rematar (embestir) a la tapia de cemento del corral o cornear algún burladero, y este accionar puede ocasionar el destrozo de un pitón; como puede suceder también que el ruido de los visitantes ponga nerviosos a los toros y los incite a que se peleen entre ellos. Por esos posibles inconvenientes, sólo permite el acceso al balcón del corral a las personas necesarias, como son: empresario, ganadero, inspector de plaza y la junta técnica (veterinarios expertos y aficionados imparciales)  que, en última instancia, es la encargada de observar el estado (fenotipo - presencia) en que se encuentran los toros; proceden a pesar a los toros en la báscula, y exigen que cumplan con la presencia, la edad y el peso reglamentario.

     Y hay más detalles interesantes que los antitaurinos deben conocer: un gran porcentaje de mayorales comparte la noche previa a la corrida con un policía; sí, con un policía, señores antitaurinos; de esta manera garantizan mayor vigilancia, y así evitan que los toros sean observados o molestados con la voz, por extraños.

     El día de la corrida, después de llevarse a cabo el sorteo (momento de saber a quién le corresponde cada toro), inmediatamente los toros son enchiquerados (cuartos oscuros y pequeños en los que cabe un solo toro) con el propósito de garantizarles tranquilidad; que no embista a nada ni a nadie. Momentos importantes que también cuentan con la celosa presencia del mayoral desde el segundo piso, lugar en el que éste alcanza a divisar los siete chiqueros con su respectiva ventana pequeña en la parte de arriba la cual advierte el orden de salida del toro al ruedo. Toda esta minuciosa tarea se realiza en presencia de los representantes de los toreros y de las personas que arriba mencionamos, lo cual garantiza un correcto y serio trabajo.

     El toro sale al ruedo cabal, impecable. Nadie lo ha hurgado ni manipulado, señores antitaurinos. Los ganaderos son los más interesados en que al toro no le pase nada. Por su parte, al torero le interesa, también, que los ejemplares que le ha tocado en suerte, salten a la arena en perfectas condiciones.

     Los antitaurinos, en el panfleto mal intencionado que envían a sus contactos, señalan que:

               “Se eligen caballos que ya no tienen valor comercial,

                porque el animal muere en 3 ó 4 corridas a lo mucho,

                es muy habitual que el animal sufra quebrantos múl-

                tiples  de costillas o destripamientos. Se les coloca un

                peto simulando que se les protege, pero en realidad

                se trata de que el público no vea las heridas al caballo

                que con frecuencia presentan exposición de vísceras”.

     Gran mentira. Gran calumnia. Los caballos no son ni viejos ni tienen bajo costo comercial. Todo lo contrario, para llevar a cabo el primer tercio (suerte de varas), es preciso contar con un caballo fuerte, aliviado, de gran alzada, y por demás, bien alimentado, para poder que éste soporte toda la carga de un toro bravo que se arranca de largo hasta él, cuando en su carrera expone toda su belleza y su casta. En aquel momento se necesita un auténtico caballo que resista todo el ímpetu de un toro de lidia. Vale decir, señores antitaurinos, que el peto protege a los caballos de picar.

     Es sano y oportuno explicar: el peto está compuesto por una lona y está relleno de algodón impermeabilizado con dos faldones en la parte anterior y posterior del caballo y un faldoncillo en la parte derecha; además de manguitos protectores que se utilizan para seguridad del caballo. El peto cubre la bragada que es la cara interna del muslo del caballo, el vientre, y el pecho inferior del cuello, la culata, y las patas hasta las cuartillas. Dicho atuendo del caballo es reglamentario. El equipo veterinario de cada plaza lo exigirá y aprobará. Además, el protector en mención no entorpece la movilidad del caballo.

     Actualícense, por favor, señores antitaurinos. Los aficionados aceptamos que hasta 1928, los caballos no iban recubiertos con ningún tipo de protección, y esta circunstancia conllevaba a presenciar un espectáculo vergonzoso con resultados realmente catastróficos; de hecho, antes de 1928, se establecía que la cuadra de caballos para picar, fuera mínima de cuarenta ejemplares por corrida; no obstante, la afortunada aplicación del peto cambió totalmente el panorama. Hoy se puede decir con la mayor tranquilidad que la mortandad de los caballos de picar es prácticamente nula.

     Continúa la prolongada desorientación de los antitaurinos. Ellos se atreven a manifestar en su difundido y mal intencionado correo electrónico que en la corrida de toros existe una absoluta anarquía en el segundo tercio (banderillas).

                “No hay número límite de banderillas en cada toro;

                tantos como para desgarrar los tejidos y la piel del

                toro.

                ¿Maestros? ¿Artistas? ¿Valientes? O Ignorantes,

                Asesinos y Cobardes.

     Pues, señores antitaurinos, se nota con claridad que ustedes hablan y escriben de un tema que nada conocen de él. El presidente de la corrida autoriza, máximo, colocar tres pares de banderillas al toro. Definitivamente: “Uno no puede amar lo que no conoce”. Y como los antitaurinos hablan con desprecio de lo que no conocen en lo más mínimo, cometen agravio y calumnian a los aficionados. Todo lo que balbucean, es mentira. Ellos denigran e injurian, y las persona que actúan con esa intención, están cometiendo un delito.

     Los taurinos exigimos respeto.