Entre corrillos y rondas

Entre corrillos y rondas

Por Óscar Hernán Correa

 

No toda la jornada de un día de temporada se le concede a la narración y al comentario de la corrida de toros celebrada en la tarde; no, también los informadores taurinos les asignamos un extenso espacio al corrillo, a la ronda, a los ratos divertidos entre colegas. Y por decir lo menos, ese encuentro concertado y maravilloso, se convierte en otra corrida; y es en dicha pretensión coloquial, precisamente, donde se vislumbran, a los cuatro vientos, los acontecimientos más extraños y extravagantes que uno pueda escuchar acerca del quehacer cotidiano de los toreros.

     En una de las mencionadas tertulias nocturnas escuché acerca de una rarísima costumbre que practicaba el matador de toros colombiano Jaime González “El Puno”. Consistía en lo siguiente: en los días en que él iba a torear aprovechaba las mañanas para visitar cementerios, en lugar de esperar a su cuadrilla y al apoderado en el hotel para que ellos le contaran cómo había transcurrido el sorteo, “El Puno” optaba por visitar mausoleos. “Para mi es relajante. Admiro el arte escultórico de algunas tumbas. Además, disfruto con algunas frases lapidarias; algunas de ellas me parecen ingeniosas, magníficas. Mi chofer se niega a llevarme a los cementerios. Me manifiesta que yo estoy loco, que es incomprensible que un torero que pocas horas después se va a jugar la vida en un ruedo, le de por visitar cementerios”. Seguro que resulta insólita la manía de la cual disfrutaba nuestro querido y buen matador de toros “El Puno”.   

     Otra noche tranquila y de buen condumio, a un colega le dio por recordar una chistosa anécdota acontecida en Manizales, cuyos protagonistas fueron el matador de toros español José Fuentes y el banderillero colombiano que hacía parte de su cuadrilla, Jaime Correa “El Piyayo”. Resulta que José Fuentes entró a matar a toro, y la estocada no fue lo suficientemente efectiva como para que el toro rodara. Al ver que el toro estaba demorando en morir, José Fuentes le pidió a “El Piyayo” que “desembasara” el estoque inmediatamente. “El Piyayo” llevaba seis intentos fallidos; aquella mala suerte del banderillero enfureció a José Fuentes, y con un grito destemplado y grosero, le repitió que sacara la espada inmediatamente. “El Piyayo”, que no aguantó tremendo regaño delante de los aficionados que se encontraban en el tendido, le contestó: “Y por qué no la saca usted que fue el que la metió”. La risa no se hizo esperar hasta el punto que el propio José Fuentes soltó una estruendosa carcajada, y por ahí derecho toda su cuadrilla y parte del público que alcanzó a escuchar tremenda ocurrencia de “El Piyayo”.    

     Continúo con otro fragmento histórico el cual contribuye a engrosar nuestra miscelánea de anécdotas. Una noche, en medio de la entretenida algarabía que causan las diversas historias taurinas, un colega se dispuso a contar cómo Joselillo de Colombia, en su época de empresario en Cartagena, recién inaugurada la plaza, acordó comprar seis toros para una corrida que él anunciaba. Minutos antes del sorteo, miembros de la Junta Técnica pretendieron comprobar si Joselillo también había adquirido el toro de reserva. Y la verdad era que el torero-empresario no contaba con un séptimo ejemplar. Sin embargo, el maestro le encargó a un dependiente suyo que se encerrara en el cajón que le correspondía al toro sobrero, y que si a alguien se le ocurría llamarle la atención, comenzara a patear con fuerza el cajón donde se encontraba. La estrategia del maestro fue todo un éxito: la Junta Técnica determinó que el “toro sobrero” era bravo, y que lo mejor era no molestarlo más.

     Otro momento histórico que se suma al repertorio escogido para hoy es el siguiente: En el patio de cuadrillas de la plaza de toros de Manizales, segundos antes de hacer el paseíllo los toreros, me correspondió entrevistar al matador de toros español Daniel Luque. Pude notar que mientras respondía, él miraba con desconcierto hacia todos los lados. Una vez finalizada la nota con él, extramicrófono le pregunté si le molestaba que en aquellos momentos de ansiedad se viera enfrentado a un sinnúmero de preguntas. De inmediato me contestó: “Al contrario, le agradezco mucho a usted, porque de no haber sido así, del miedo que siento en este momento, hace rato me hubiera regresado al hotel con toda mi cuadrilla”.

     Habrá, seguramente, otros momentos para continuar con más anécdotas y casos únicos que les suceden a los toreros.